Mi abuelo Ramón, que siempre fue de grandes habilidades de maestro, guardaba como hueso santo y muy ordenadamente sus herramientas, en un gran Baúl, como su gran tesoro. Éste se encontraba en el garaje de nuestra casa de Brown Sur, en Ñuñoa, donde nací. Llegó junto con otros enseres de mi Abuelo, cuando él se fue a vivir con nosotros. Debo haber estado muy pequeño ya que no recuerdo por qué, ni cuanto tiempo, vivió bajo nuestro techo. Luego un día partió y hasta su muerte vivió con su joven esposa Rebeca, en una pequeña casa cite de calle Olivares. Ella lo amó y atendió a pesar de su gran diferencia de edad, inspirada en una noble retribución por lo que mi abuelo le entrego al protegerla y enseñarle su profesión de Peluquera. Al dejar nuestro hogar, el gran Baúl quedo ahí en su mismo lugar, para siempre...en el garaje de mi casa, nuestra bodega taller y también en mis recuerdos.
Ello permitió que desde niño yo aprendiera a familiarizarme con las herramientas y empezar a carpinterear, a reparar algunos artefactos caseros, a meterme en los misterios de la gasfitería e incluso en el de afilar cuchillos y tijeras, aunque nunca tan bien como lo hacían mi abuelo y mi padre, como correspondía a buenos Peluqueros como lo eran ambos. La mesa para afilar que acompañaba al gran baúl de las herramientas, tenía un eje central tipo torno, al que se ajustaban distintas piedras esmeril de varios diámetros y fineza, por los que iban pasando las tijeras y las navajas de la Peluquería de mi padre y también los cuchillos y tijeras de nuestra casa. Se manejaba con un ancho pedal central como el de una maquina de coser, el que trasmitía la rotación al eje de la afiladora, mediante una correa de suela de sección circular, la que de vez en cuando, con el uso, se cortaba y había que reparar. Me lleve muchos retos hasta que aprendí a hacerlo yo mismo.
Siempre detrás de mi abuelo o de mi padre en estas faenas, me impresionaba cuando ya afiladas y asentadas las navajas, ellos las probaban sobre su uña del dedo pulgar humedecida con la lengua, donde el brillante acero debía trancarse levemente al deslizar la navaja sobre ella, para que realmente fuera aprobado su filo. Me imagino, que esta “prueba de calidad” era para lucir sus habilidades ante el asombro de mi hermana y mío, al igual que otras pruebas, como la de cortar un pelo largo en vertical (que yo corría a sacárselo a mi nana para la prueba), o golpear su lengua con el filo de la navaja….!!!! De desplazarse ésta medio milímetro sobre la lengua…alguno de ellos habría quedado callado para siempre.
Pero teníamos un problema. Cuando mi abuelo vivía con nosotros, rabiaba mucho conmigo porque yo le sacaba sus herramientas dejándolas después botadas por ahí en el jardín, u otras sufrían serios daños en mis manos de aprendiz, al no saber usarlas. Me costó mucho aprender que un delicado formón de acero, no debía usarse como destornillador, o un martillo carpintero para romper piedras, o un alicate de electricista para cortar ramas, como yo lo hacía. Me lleve muchos retos por ello.
Ya cansado de esos mal usos, perdidas y daños a sus herramientas, un día mi abuelo le dijo a mi padre... -“ Tendré que ponerle un candado al Baúl….El niño esta acabando con las mejores herramientas que tengo, y ahí…ud. Sabe que hay mucha plata pues hijo...!!! No son herramientas de pacotilla...! “ . Y así al parecer lo hizo. Hasta que un día mi padre lo abordó, con amabilidad y respeto, mientras él afilaba unos cuchillos de la casa. -“ Mire papá, sobre lo de el candado en el Baúl... Qué prefiere usted : que su nieto nunca aprenda a usar las herramientas y sea un inútil toda su vida, o que él se meta a maestrear como lo hace usted y como lo hago yo...y aprenda desde ahora algunas habilidades, aunque tengamos que lamentar un poco que se pierda o se rompa alguna de ellas...? No irán a ser muchas, si le enseñamos a usarlas y a cuidarlas...Yo hablaré con mi hijo para que así sea... Pero papá…sáquele el candado al baúl…le parece…? …” terminó mi padre. "Mmmmmm……….."…rezongó mi abuelo detrás de sus grande bigotes blancos, frunciendo el seño y mirando el suelo como taimado, junto con pasarse la mano por su cabeza casi calva..." - Que sea lo que Dios quiera...hijo....Ya...esta bien..!! Yo también hablaré con el niño...pero antes, Ud. ayúdame a encontrar el serrucho de costilla que ya no se donde está....y la hoja de la garlopa que tiene la cuña quebrada....Ayyy este niño...!!!!..."
De ahí en adelante, con autorización en mano, conocí la gubia, la garlopa, el cepillo, las escuadras, el “sargento” y las otras prensas para ensamblar maderas. También el pesado tarro de cola, donde las palmetas duras y brillantes, se fundían a “baño María” despidiendo un olor especial. Ahí estaban el serrucho carpintero, el de costilla y las sierras; los alicates eléctricos, los de punta y las pinzas; la llave pico'eloro, la llave inglesa, la francesa, los formones, los puntos y el nivel, el hilo a plomo y tantas otras. Nombres de poesía, cada herramienta con su sonido y con sus mañas, con sus peligros...Ahí tengo aún mas de una cicatriz en mis manos y dedos de cuando se me paso el formón o el serrucho, o el peñisco finito y doloroso al apretarme con el alicate cuando cortaba un alambre....- No se queje pu’ maestro, esos son los "gajes del oficio...pues…!!! " me decía mi padre al sentir mis quejidos.
Él tenía razón, llegue a ser un buen maestro, tanto que, ya grande, confiado él, me traspasó todas esas peguitas "catetes" de la casa, como lo eran arreglar las llaves del lavatorio, cambiar un vidrio quebrado, instalar la luz del patio o un timbre nuevo, arreglar la enceradora o destapar el WC... - "Ahora te toca a ti" me dijo un día... " ya esta bueno que yo jubile de estar siempre haciendo estos cachos... Ah..! y a ver si cambias ese palo del parrón que se quebró…."
Cómo se habrá reído mi abuelo Ramón ese día allá donde estuviera, al enterarse de que, por lo menos en casa, su nieto había asumido como "maestro primero", en reemplazo de mi padre…al que él también enseño esos oficios. Seguramente un escondido gran orgullo, llenaría entonces el fondo de su corazón, al recordar que él fue parte importante de esa enseñanza, ese iniciar a su nieto en el arte de usar y cómo cuidar esas herramientas que él en años, fue atesorando una por una con gran sacrificio y creciente cariño. Además por haberme abierto el libro de las mañas y los secretos del buen maestro, que yo con los años me han permitido ir transmitiendo a mis hijos y ahora…a mis nietos.
*** Este cuento ganó el 1er Concurso Literario de la
Unión Comunal de Ñuñoa. Nov. 20101
Pseudónimo : MAESTRO LUCHO